
Cuando mi cuerpo habló
Llevaba tres años estudiando osteopatía. Había aprendido a evaluar disfunciones, liberar restricciones y comprender el cuerpo como un todo. Pero, paradójicamente, ahora era mi propio cuerpo quien me enviaba un mensaje que nadie parecía entender.
Todo empezó con un dolor en la pierna derecha, una molestia persistente que se extendía desde la parte baja de la espalda hasta el muslo, como una descarga eléctrica. “Falsa ciática”, me dijeron mis profesores. “Un problema miofascial, quizás sacroiliaco”, diagnosticaron algunos. Sin embargo, por más técnicas, estiramientos y manipulaciones que probaran, el dolor seguía allí.
Frustrada, me sentía atrapada en una contradicción. ¿Cómo era posible que, con tanto conocimiento a mi alcance, nadie lograra aliviar mi malestar?
Fue entonces cuando uno de mis profesores, me miró fijamente y, con voz serena, me dijo:
- Tu cuerpo no está pidiendo un ajuste estructural. Te está pidiendo una decisión.
Me quedé helada.
—¿A qué te refieres? —pregunté, inquieta.
—Este dolor no es sólo físico. Hay algo que no quieres ver, algo que arrastras como una tensión interna. La pelvis es la base, el soporte... ¿qué estás sosteniendo que te impide avanzar?
Sentí un nudo en el estómago. No era necesario pensar mucho. Sabía la respuesta.
Hacía meses que vivía una doble vida: por las mañanas trabajaba como informática, un trabajo seguro y estable; por las tardes, estudiaba osteopatía, mi nueva pasión. Quería dar el salto, dedicarme completamente, pero el miedo me paralizaba.
Miedo a equivocarme.
Miedo a la inestabilidad económica.
Miedo a dejar atrás lo que conocía.
Decidí hacerle caso. Él mismo me trató y, durante la sesión, ocurrió algo inesperado. Al mínimo contacto, mi cuerpo tembló. Escuché oleadas de emoción contenida, imágenes de todas las veces que había querido dejar mi trabajo y no me había atrevido. Y, entre lágrimas, entendí que mi cuerpo hacía tiempo que me estaba diciendo lo que mi mente no quería admitir.
Días después, mi dolor empezó a disiparse. No fue inmediato ni milagroso, pero la diferencia era clara: ahora, cada vez que lo oía, en lugar de buscar una corrección externa, me preguntaba qué estaba ignorando en mí.
No pasó mucho tiempo antes de que tomara la decisión. Renuncié a mi trabajo en informática y me lancé de lleno a la osteopatía. Y, curiosamente, mi falsa ciática desapareció por completo.
Ese día entendí que el cuerpo siempre sabe la verdad, aunque la mente se niegue.
Y también supe con certeza qué camino quería seguir: cuando terminara mis estudios, especializarme en terapia craneosacral y somatoemocional. No sólo quería aliviar el dolor físico, sino ayudar a otras personas a escuchar lo que sus cuerpos intentaban decirles, tal y como había aprendido en mi propia piel.

"Ahora, con todo este bagaje, estoy aquí para ayudarte a recuperar el equilibrio y el bienestar. ¿Te animas a empezar este viaje juntos?"